LOLA. DÍA 16: Pringada con contrato indefinido

Ayer, cuando llegué a casa, todo me daba vueltas. Primero pensé que eran los efectos del submarino del Rustrel, pero no, era la decoración de las paredes. Los símbolos del yin yang habían sustituido los cuadros y las fotos de la comunión. Si mirabas fijamente, podías quedar hipnotizado o tonto de remate.

En medio del salón, un Buda del aspecto de Kiko Rivera me pegó un susto de muerte. Después de tropezar con las velas aromáticas y el incienso, logré esquivar a la manada de gatos chinos que movían el brazo y, por fin, llegué sana y salva a la cocina. Mamá, con un mono rojo y una cuerda a la cintura (todo comprado en el Trimark), permanecía en estado de Nirvana inalterable leyendo el Sistema taoísta de rejuvenecimiento. Al verme, emocionada, me recitó los mantras de sus nuevas creencias y su plan para exprimir todos los conocimientos espirituales de “la China”.

Jian Hao «Manolo» se quedó petrificado al contemplar semejante horror vacui pero peor fue la cara de Elvira cuando “la China” le soltó, sin anestesia, que prácticamente era más ateo que Pablo Iglesias.

Cada día me cae mejor nuestro nuevo inquilino porque es el único inteligente que no me ha dejado de lado y además me respeta. El resto, en fin, los mandaría a la mierda sin retorno. Resulta que ahora la cooperativa ha decidido prescindir de mis servicios como captadora de nuevos clientes y me ha delegado al puesto de pringada. Me llaman técnico de transporte de ingredientes por no decir “gilipollas que se va a un polígono de Leganés a comprar la puñetera harina”. Encima, ahora hay que cronometrar el tiempo que tardamos en desempeñar nuestras tareas y plasmarlo en una hojita para notificar cualquier movimiento.

  • Dos horas de metro (tres trasbordos y, para más colmo, con el billete caro de la zona B2)
  • Quince minutos discutiendo con los testigos de Jehová que me querían raptar
  • Treinta minutos más andando perdida entre los almacenes de Hiper Asia (con el carrito de la compra de la Puri que está medio destartalado)
  • Cuarenta minutos de cola

Y todo este suplicio…¿para qué?, ¿para descubrir que la harina es más cara en el Hipermercado Supra que en el pakistaní de al lado de casa? Como no tenemos un carnet de empresa legal o de autónomos, pues no nos hacen descuento y al final hasta tuve que poner pasta de mi bolsillo porque ni siquiera con el bote que nos dan para las dietas era suficiente.

Si con esto no bastaba, para rematar la jornada el carromato se me rompió  y ningún cani de tuning se paró a echarme una mano. Desesperada, con los tres sacos de dos kilos cada uno a cuestas, llamé a Adri. (S.O.S)

ADRI: Luego te llamo que estamos en una reunión en la Francisco de Vitoria…

PI PI PI PI PI

¿En la Francisco de QUÉE???? O sea que Julia se lo había llevado de guardaespaldas o como chulo de p… pijas. ¿Dónde quedaba ese deseo del año nuevo de “Lola en este 2015 quiero estar cerca de ti”?, para que después, cuando lo necesitas, que esté bajo las faldas de la otra.

Cuando, ¡ALELUYA!, logré regresar a casa (en la furgoneta de un amable Richard que se ofreció a llevarme) aluciné al ver a Julia con el engendro de Adri (pantalones de tela, camisa, ¡CORBATA!! y zapatos de torero…) brindando por el éxito de su nueva cartera de clientes.

JULIA: ¿Qué tal Lola?, ¿cómo ha ido el aprovisionamiento de la materia prima?

LOLA: Genial, chachiguay, supercalifragisticoexpialidoso…

Abrí uno de los sacos y los purifiqué de la cabeza a los pies con la harina bendita.

¡¡Arriba la espiritualidad!!